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Almanza

A mis padres

Fueron mis padres pobres labradores

con muchos hijos y con pocos medios

que pasaron su vida trabajando

y robando muchas horas al sueño.

 

Se levantaban antes de la aurora

y rogando que Dios les ayudara

se entregaban a las duras faenas

que la casa y el campo reclamaban.

 

Aunque eran muy difíciles los tiempos

y las economías muy menguadas

gracias a su trabajo y su desvelo

nunca a nosotros nos faltó de nada.

 

Nunca su entrega fue recompensada

y la única alegría que tuvieron

fue ver como sus hijos tan queridos

crecían al amparo de su esfuerzo.

 

Recuerdo que mi padre fatigado

se sentaba del banco en el extremo

y después de comer sólo quería

un poco de reposo y de sosiego.

 

Pidiéndonos un poco de silencio

por el desvelo y el trajín rendido

apoyando en su mano la cabeza

muy pronto se quedaba dormido.

 

El momento era sagrado entre nosotros

y los mayores y aún los más pequeños

con sigilo nos íbamos marchando

respetando su breve y dulce sueño.

 

Y después otra vez a las tareas

a la huerta, las tierras o a la era

sembrando, arando, segando o recogiendo

según fuera verano o sementera.

 

Nosotros desde niño con mi padre

íbamos a las tierras o a la era

y ayudábamos lo poco que podíamos

por hacer la labor más llevadera.

 

En los días de siega de las mieses

la faena se hacía interminable

y aún nos quedaba hasta pequeño el día

para poder hacer tanta tarea.

 

Por las tardes las sombras se alargaban

con lentitud  el sol se iba poniendo

y los tintes rojizos del ocaso

nos decían que estaba anocheciendo.

 

Y aún seguíamos con la siega un buen rato

pues mi padre decía

que era el mejor momento de la siega

cuando el calor cedía.

 

A lo lejos el día iba muriendo

la brisa de la tarde refrescaba

el lucero vespertino salía

ya era noche cerrada.

 

Regresaban al pueblo apresurados

cuadrillas de cansados segadores

que aún conservaban fuerzas y energías

para cantar alegres sus amores.

 

Ya muy tarde llegábamos a casa

y aún no había acabado la faena

pues había que atender al ganado

mientras mi madre preparaba la cena.

 

Por fin sentados todos a la mesa

cenábamos felices y contentos

después de que mi padre bendijera

y agradeciera aquellos alimentos.

 

Había terminado la jornada

ya mis padres cansados se acostaban

y después de rezar sus oraciones

plácidamente dormidos se quedaban.

 

Todo su esfuerzo era para sus hijos

sólo se reservaban para ellos

un poco de descanso y de sosiego

y unas horas de sueño.

 

Los años han pasado,

nosotros con esfuerzo y con entrega

también hemos criado a nuestros hijos

sabemos de trabajo y de desvelos

de privaciones y de sacrificios..

 

Y como nuestros padres,

para nosotros no pedimos nada,

sólo que nos recuerden con cariño

y que Dios, como premio,

nos dé su paz al fin de la jornada.

 

Firmado: Vicencio Eduardo Medina Diez

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