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Almanza

Nostalgia


 

Siempre me ha gustado

(desde muy pequeño)

salir por los campos

cerca de mi pueblo

y ver los sembrados

de trigo y centeno

los prados, las viñas,

los frondosos huertos,

sotos y alamedas

de árboles inhiestos,

los enormes robles

que hay en el rodeo,

los valles del monte,

tan verdes, tan frescos,

pastar los ganados,

oír los cencerros,

ladrar los mastines,

balar los corderos,

beber en las fuentes 

y en los arroyuelos,

charlar con pastores

rudos y sinceros

que son mis amigos,

que me hablan del tiempo,

que saben y cuentan

sabrosas historias

de lobos y perros.

Pensando estas cosas

un día de mayo

que fui de paseo

por esos rastrojos,

por esos barbechos,

casi sin pensarlo,

casi sin quererlo,

me fui caminando

al Valle de Fresno.

Sentí tal congoja,

tal desasosiego,

me dio tanta pena

contemplar aquello

tan solo, tan triste,

tan árido y yerto

como las estepas,

como los desiertos.

Mentira parece

que lo que en un tiempo

fue un valle frondoso

lleno de frescura

limpio y cultivado

se haya convertido

en aquel paraje

triste y desolado.

Quedan cuatro sauces

viejos y marchitos

y entre todos ellos

no he visto ninguno

que tenga en sus ramas

tan siquiera un nido.

No queda allí nada

de lo que algún día

me llenó de gozo

cuando yo era un niño

cuando yo era un mozo

cuando cada día

montado en la Perla

guiaba las vacas

hasta aquella huerta.

Allí respiraba

la brisa del valle

suave y perfumada

cargada de aromas

llena de fragancia

impregnada de olor

a tomillo

menta y mejorana,

cuando de muchacho

por robles y sauces

trepaba ligero

buscando los nidos

de urracas y cuervos,

cuando, con mi padre,

segaba la hierba

cuando él me enseñaba

a limpiar la huerta

de zarzas, espinos,

abrojos, malezas,

a hacer estacadas,

reparar las cercas,

cuidar de las vacas,

cuidar de la yegua.

En aquella fuente

tan clara y serena

bebía un buen trago

de agua limpia y fresca

me sentaba luego

en la blanda hierba

y saboreaba

la rica merienda

que cada mañana

mi madre me daba.

¡Qué buenos chorizos

los que ella embutía,

los que ella adobaba!

¡Qué pan tan sabroso

el que ella amasaba

con amor y esfuerzo,

con sudor y lágrimas,

cansada por penas

que nunca faltaban!

Alí ya no hay nada

que a mí me interese

que a mí me distraiga

que a mí me consuele:

ni corre el arroyo

ni mana la fuente

ni las aves cantan

ni la hierba crece.

Ya no hay en las cercas

zarzales floridos

en los que anidaban

tórtolas y urracas,

zorzales y mirlos

ni llegan los tordos

en grandes bandadas

a limpiar el prado

de orugas y larvas;

ni cruzan el valle

en rápido vuelo

raudas y veloces

atemorizadas

palomas torcaces

viéndose acosadas

por los gavilanes,

halcones y azores

que son unas aves

voraces y audaces

y que se conocen

como aves rapaces.

Pasan los rebaños,

pace que te pace,

trisca que te trisca,

que arrasan el valle

y lo desertizan.

Cayó derribada

aquella caseta

donde yo encerraba

vacas y terneras

en las otoñadas.

Allí sólo encuentro

olvido, abandono,

soledad, tristeza

que me causa angustia

que me da jaqueca

que me trae nostalgia,

dolor de cabeza.

Me asaltan recuerdos

que a mí me sublevan,

que a mí me deprimen,

que a mí me marean,

me ponen enfermo,

me traen mucha pena

me arrancan suspiros

y hasta alguna lágrima

¡me cachis en diela!

Triste y abatido

recliné un momento

mi cansada frente

en el grueso tronco

de un árbol que crece

cerca de la fuente.

Aquel viejo sauce

que en días lejanos

fue mudo testigo

de mis travesuras

y juegos de niño.

En aquel ameno

rincón, tan querido,

me hice una promesa,

(casi un juramento):

¡No he de volver nunca

al Valle de Fresno!

A mis padres

Fueron mis padres pobres labradores

con muchos hijos y con pocos medios

que pasaron su vida trabajando

y robando muchas horas al sueño.

 

Se levantaban antes de la aurora

y rogando que Dios les ayudara

se entregaban a las duras faenas

que la casa y el campo reclamaban.

 

Aunque eran muy difíciles los tiempos

y las economías muy menguadas

gracias a su trabajo y su desvelo

nunca a nosotros nos faltó de nada.

 

Nunca su entrega fue recompensada

y la única alegría que tuvieron

fue ver como sus hijos tan queridos

crecían al amparo de su esfuerzo.

 

Recuerdo que mi padre fatigado

se sentaba del banco en el extremo

y después de comer sólo quería

un poco de reposo y de sosiego.

 

Pidiéndonos un poco de silencio

por el desvelo y el trajín rendido

apoyando en su mano la cabeza

muy pronto se quedaba dormido.

 

El momento era sagrado entre nosotros

y los mayores y aún los más pequeños

con sigilo nos íbamos marchando

respetando su breve y dulce sueño.

 

Y después otra vez a las tareas

a la huerta, las tierras o a la era

sembrando, arando, segando o recogiendo

según fuera verano o sementera.

 

Nosotros desde niño con mi padre

íbamos a las tierras o a la era

y ayudábamos lo poco que podíamos

por hacer la labor más llevadera.

 

En los días de siega de las mieses

la faena se hacía interminable

y aún nos quedaba hasta pequeño el día

para poder hacer tanta tarea.

 

Por las tardes las sombras se alargaban

con lentitud  el sol se iba poniendo

y los tintes rojizos del ocaso

nos decían que estaba anocheciendo.

 

Y aún seguíamos con la siega un buen rato

pues mi padre decía

que era el mejor momento de la siega

cuando el calor cedía.

 

A lo lejos el día iba muriendo

la brisa de la tarde refrescaba

el lucero vespertino salía

ya era noche cerrada.

 

Regresaban al pueblo apresurados

cuadrillas de cansados segadores

que aún conservaban fuerzas y energías

para cantar alegres sus amores.

 

Ya muy tarde llegábamos a casa

y aún no había acabado la faena

pues había que atender al ganado

mientras mi madre preparaba la cena.

 

Por fin sentados todos a la mesa

cenábamos felices y contentos

después de que mi padre bendijera

y agradeciera aquellos alimentos.

 

Había terminado la jornada

ya mis padres cansados se acostaban

y después de rezar sus oraciones

plácidamente dormidos se quedaban.

 

Todo su esfuerzo era para sus hijos

sólo se reservaban para ellos

un poco de descanso y de sosiego

y unas horas de sueño.

 

Los años han pasado,

nosotros con esfuerzo y con entrega

también hemos criado a nuestros hijos

sabemos de trabajo y de desvelos

de privaciones y de sacrificios..

 

Y como nuestros padres,

para nosotros no pedimos nada,

sólo que nos recuerden con cariño

y que Dios, como premio,

nos dé su paz al fin de la jornada.

 

Firmado: Vicencio Eduardo Medina Diez

Valle de Fresno


 

Apartado de ruidos y rumores

hay un lejano valle amplio y extenso

donde mi padre poseía una finca

que siempre se llamó Huerta de Fresno.

 

Cada vez que visito aquellas tierras

me trae a la memoria mil recuerdos

la brisa perfumada de aquel valle

que huele a manzanilla y a poleo.

 

Allí pasé una parte de mi vida

recogiendo la hierba en el verano

repodando las zarzas y los sauces

repasando alambradas y vallados.

 

Cuando la primavera retornaba

y el campo se vestía de colores

el espacioso prado de la finca

parecía una sábana de flores.

 

Anidaban en aquellos parajes

urracas, picatueros y torcaces,

tórtolas, gavilanes y cuervos

y toda clase de aves montaraces.

 

Una fuente que fluye mansamente

rodeada de juncos y mimbrales

me invitaban al reposo y al sosiego

en los ardientes días estivales.

 

¡Cuantas veces mi sed y mi fatiga

alivió aquella fuente placentera

haciendo mi labor más sosegada

haciendo menos dura mi tarea!

 

Estaba el prado limpio y bien cuidado

atendida la finca y bien cercada

el agua de la fuente limpia y fresca

puro el aire que allí se respiraba.

 

Tan sólo perturbaban el silencio

en tan ameno y sosegado valle

el rumor agradable de la brisa

y el canto melodioso de las aves.

 

Aquel callado mundo me inspiraba

los más puros y tiernos ideales

amor a mi familia y a mi tierra

cariño hacia mis nobles animales.

 

Apacentaba yo cuando era un niño

las vacas y la yegua de mi padre

y a orillas de la fuente saboreaba

la merienda que me daba mi madre.

 

Cuando era sólo un niño y me aburría

me entretenía dando columbretas

o mirando la cría de la yegua

que hacía cabriolas y piruetas.

 

Capturaba saltamontes y grillos

en la fuente libélulas y ranas

y cogía algún pájaro de cría

que caía de lo alto de las ramas.

 

Conocía de norte a sur el valle

del último rincón hasta el primero

y buscaba en los huecos de los sauces

nidos de los pintados picatueros.

 

Había en nuestra casa por entonces

una vaca llamada Macarena

un toro al que llamábamos Pernales

y una yegua que se llamaba Perla.

 

Aquella hermosa yegua con su cría

causaba admiración por donde iba

un ejemplar de raza percherona

que era orgullo de toda mi familia.

 

También estaban la Chata y la Paloma,

la Bonita, la Airosa, la Artillera

y otra vaca de leche y de trabajo

que mi padre llamaba Bandolera.

 

Por las mañanas al rayar el día

salía con mis vacas y mi yegua

y recorría aquel largo camino

que va desde mi pueblo hasta las huerta.

 

Anidaban en la rama de un sauce

dos urracas chillonas y parleras

que al verme alborotaban todo el valle

con sus graznidos de aves pendencieras.

 

Alguna vez intenté llegar al nido

y apoderarme de sus crías con maña

pero tuve que desistir de mi idea

por temor a romper la débil caña.

 

Al llegar el calor del mediodía

parecía que el campo dormitaba

el ganado se acostaba a la sombra

el soplo de la brisa se paraba.

 

yo también me quedaba mudo y quieto

y estático y absorto contemplaba

la quietud y el silencio del paisaje

y el rumiar sosegado de las vacas.

 

Corre por aquel valle un arroyuelo

formando algunas charcas muy pequeñas

que se nutre de unas fuentes del monte

que se llaman Fuentes de las Cigüeñas.

 

Cuando llegan los meses de verano

el caudal del arroyo va menguando

y queda sólo el agua de las charcas

que sirve para abrevar a los ganados.

 

Pues en aquellas reducidas charcas

donde beben las yeguas y las vacas

pasaba yo algún rato chapoteando

e intentando pescar alguna rana.

 

Una tarde que estaba como siempre

cuidando de las vacas y la yegua

en un pasto que existe en aquel valle

pero que queda fuera de la huerta,

 

al recoger unas cañas de menta

vi salir de la charca una culebra

que prontamente se ocultó en los juncos

enseñando su fina y larga lengua.

 

Aquel bicho creció tanto en mi mente

que hasta llegué a sentir algo de miedo

pensando que en aquel pozo vivía

una serpiente de al menos metro y medio.

 

Otro día metí mi débil mano

de forma temeraria e imprudente

en el hueco de un sauce que crecía

solitario a la orilla de la fuente.

 

Salió de allí una nube de abejorros

que me hicieron correr despavorido

y restregarme entre la fresca hierba

hasta que regresaron a su nido.

 

Cuando logré reponerme del susto

y estaba refrescándome en la fuente

noté como se hinchaba mi cabeza

así como los ojos y la frente.

 

En otra ocasión trepé hasta un nido

que antaño había sido de milanos

pero que ahora salió de allí una rata

que a punto estuvo de morder mi mano.

 

Mi peor aventura fue que un día

vi volar desde un sauce un picatueros

aves que, como todo el mundo sabe,

hacen su nido en los agujeros.

 

Con esfuerzo logré subir al sauce

e introducir mi mano en aquel hueco

pero luego no podía sacarlo

y allí quedé cautivo y prisionero.

 

Me dieron ganas de pedir ayuda

más comprendí que aquello era un desierto

y que, por tanto, nadie acudiría

a sacarme de aquel atolladero.

 

Así que porfiando y porfiando

logré sacar mi brazo de aquel hueco;

me quedó tan maltrecho y magullado

que me estuvo doliendo un mes entero.

 

Era la yegua Perla corpulenta

era yo tan pequeño, ella tan alta,

que para cabalgar sobre su lomo

la obligaba a meterse en una zanja.

 

Otras veces la arrimaba a un ribazo

y desde allí, dando un pequeño salto,

me agarraba con fuerza de sus crines

y trepaba de la yegua a lo alto.

 

Menos mal que la Perla era tan noble

que a todos esos juegos se prestaba

yo creo que la yegua comprendía

lo débil e indefenso que yo estaba.

 

Esperaba a que llegase la noche

porque mi padre siempre comentaba

que a esas horas refrescaba la hierba

y el ganado mejor así pastaba.

 

Pero cuando las sombras avanzaban

y se acallaba el canto de las aves

mi ánimo de niño vacilaba

en aquellas inmensas soledades.

 

Pensaba que entre el monte y la maleza

cien ojos agresivos me observaban

y buscaba el amparo de las vacas

que mi temor y angustia sosegaban.

 

Luego, montado ya sobre la Perla

y su cría siguiéndole las huellas,

emprendíamos la larga caminata

debajo de una bóveda de estrellas.

 

Yo siempre regresaba cantando

y las vacas con sus torpes andares

parecía que el paso acomodaban

al ritmo y al compás de mis cantares.

 

Con mi voz infantil las animaba:

“¡Vamos Paloma, Chata, Bandolera!

¡Hoy ya hemos terminado la jornada

y en casa la familia nos espera!”

 

He vuelto a visitar aquellos campos

¡Cuanta pena y angustia me ha causado!

¡Que desnudo y que triste está el paisaje!

¡Aquel valle qué solo y qué olvidado!

 

Aunque hayan transcurrido tantos años,

aunque todo se olvida con el tiempo

todavía me siento emocionado

recordando aquel Valle de Fresno.

 

Firmado: Vicencio Eduardo Medina Díez

MIS RECUERDOS

Mis recuerdos

 

Cuando miro el azul horizonte

que se pierde y se muere a lo lejos

y parecen juntarse en un punto

la tierra y el cielo

 

Me parece tornar a mi infancia

y volver a vivir aquel tiempo

en que yo apacentaba las vacas

en un valle tranquilo y risueño

 

Cuando apenas la aurora venía

cuando apenas el día llegaba

cuantas veces montado en la Perla

recorrí aquella larga cañada

 

Cuantas veces contemplé las nubes

purpurinas y tornasoladas

que se tiñen de bellos colores

con las luces primeras del alba

 

Agarrado a la crin de la yegua

bostezando de sueño y de frío

recorría feliz y contento

aquel amplio y trillado camino

 

Cuando llegada con el ganado al pasto

todo allí se movía y se agitaba

el valle recobraba su vida

a impulsos de la luz de la mañana

 

Las aves iniciaban sus gorjeos

saltando sin cesar de rama en rama

y las flores mostraban los colores

con que el campo se adorna y se engalana

 

Arrullaban las tórtolas del monte

cantaban en los trigos las perdices

y hacían sus reclamos las parejas

de las atribuladas codornices

 

Salían los rebaños del aprisco

escoltados por vigilantes perros

y se oía el silbar de los pastores

y el variado sonar de los cencerros

 

El ganado se aplicaba con el pasto

paciendo con afán la buena hierba

que gracias al rocío de la noche

se mostraba a esas horas fresca y tierna

 

Entre tanto la cría de la yegua

corriendo sin parar por todo el valle

hacía mil diabluras y piruetas

levantando sus dos patas al aire

 

Dos urracas propietarias de un nido

formaban una gran algarabía

volaban y graznaban como locas

buscando el alimento de sus crías

 

Caminaban por senda interminable

negras hormigas que hacían su verano

llevando a su recóndito escondrijo

toda clase de semillas y granos

 

Todo era allí concierto y armonía

ir y venir de abejas laboriosas

continuo trajinar de aves e insectos

alocado volar de mariposas

 

El sol se iba elevando en el espacio

y cuando con más fuerza calentaba

una legión de tábanos y moscas

acosaba sin piedad a las vacas

 

Era la hora de volver a casa

para que allí el ganado descansara

y pasara las horas de bochorno

a la sombra y cobijo de la cuadra

 

Por la tarde volvíamos al valle

y a medida que el día declinaba

más jugosa la hierba se ponía

más suave y tierno el pasto se mostraba

 

Por eso me quedaba hasta muy tarde

para que vacas y yegua aprovecharan

la calma y la frescura de aquel rato

sin moscas ni calor que molestara

 

El sol tras de los montes se ocultaba

inundando de sombras la floresta

iba muriendo envuelta en la penumbra

la tarde melancólica y serena

 

Se acercaba la noche silenciosa

extendiendo su manto sobre el prado

ladraban en el monte los mastines

el pastor recogía su rebaño

 

Era mi único amigo un pajarillo

que cantaba en lo alto de una rama

y velando a su dulce compañera

que en el nido los huevos incubaba

 

Despidiendo la última luz del día

los himnos de la tarde desgranaba

y con su triste acento me decía

que ya era hora de que regresara

 

Salían ya las primeras estrellas

y los búhos y cárabos graznaban

posados en las ramas de los robles

ocultos en las sombras de las matas

 

Yo escuchaba con temor esa armonía

que en el silencio de la noche vaga

como el grito de las aves nocturnas

o el gemido del viento entre las ramas

 

Recordaba el consejo de mi madre

“! No temas pues no va a ocurrirte nada¡

!al ganado lo cuida San Antonio¡

! y de ti cuida el Ángel de la Guarda¡”

 

No obstante yo sentía mucho miedo

y me acercaba susurrando a las vacas

¡Artillera, Bonita, Macarena¡

enseguida nos vamos para casa

 

Cuando yo reunía el ganado

y el camino del pueblo retomaba

monte y prado ¡qué tristes se ponían¡

aquel lugar ¡qué solo se quedaba¡

 

Nosotros éramos el alma del paraje

la vida de aquel valle sosegado

que con nuestra presencia se animaba

y ahora quedaba triste y solitario

 

Yo volvía cantando de los pastos

y pensando en voz alta comentaba

¡que hermosa y qué estrellada está la noche!

 ¡qué noche tan serena, tan callada!

 

La mula va saltando en el camino

las vacas van rumiando sosegadas

ya no se oyen ni cárabos ni búhos

sólo se escucha el canto de las ranas

 

Contemplo las estrellas fugaces

la Polar, la Osa Mayor, la Vía Láctea

el paso de la yegua me recrea

luciérnagas y grillos me acompañan

 

Ahora despacio, regresamos a casa

y mañana vendremos de nuevo

con las vacas, la Perla y su cría

a pastar en el Valle de Fresno

 

Firmado: Vicencio Eduardo Medina Díez

Emigrante

 

 

Niñez y juventud pasé en el campo

ocupado en el trajín de las faenas

cuando niño cuidando del ganado

cuando mozo en las más duras tareas.

 

Tomé a mi oficio devoción y apego

y quedé para siempre enamorado

de los campos y montes de mi tierra

de sus valles, los pastos y el ganado.

 

Amé a esta tierra y su paisaje austero

a sus montes de robles y de pinos

y sentí la alegría y el orgullo

de ser un bravo mozo campesino.

 

Aprendí la enseñanza de mis padres

que, para recoger dorados frutos,

primero hay que poner mucho trabajo

y pagar con sudor nuestro tributo.

 

Para hacer mis trabajos en el campo

me gustaba salir por las mañanas

escuchando el gorjeo de las aves

y el alegre tañer de las campanas.

 

Me vieron las alondras mañaneras

caminar con mi yunta hacia los pagos

y ocultos en las pajas del rastrojo

oyeron mis canciones de muchacho.

 

Con la mano apoyada en la mancera

surco arriba marchando y surco abajo

labraba yo las tierras de mis padres

poniendo fe y empeño en mi trabajo.

 

Reparaba las cercas en invierno

los barbechos araba en primavera

recogía las mieses en verano

y volvía a sembrar en sementera.

 

Siguiendo yo el ejemplo de mi padre

cuidaba del ganado con esmero

teniendo siempre limpios y lustrosos

las vacas, las novillas y terneros.

 

Fueron los campos los testigos mudos

de mis trabajos en la agricultura

donde yo puse una ilusión rayana

en candor de inocente criatura.

 

Pronto llegaron duros desengaños

que de manera brusca me dijeron

que en el campo te dura la alegría

lo que el trigo te dura en el granero.

 

Más de una vez mis ojos se nublaron

y lágrimas rebeldes me amargaron

cuando vi que la helada o la sequía

el fruto de mi esfuerzo se llevaron.

 

Me volví taciturno y pesaroso

ya no había en el campo poesía

sólo veía el áspero rastrojo

y un barbecho que nada me decía.

 

Perdida la ilusión en mi trabajo

las faenas del campo me pesaban

no encontraba motivo ni aliciente

que a seguir en mi empeño me animaran.

 

Ni los días espléndidos de mayo

cuando la primavera sonreía

ni las tibias mañanas otoñales

lograron devolverme la alegría.

 

No había entonces subvenciones ni ayudas

que a seguir en el campo me alentaran

sólo contaba con mi propio esfuerzo

y unas tierras que el fruto me negaban.

 

Por eso un día decidí dejarlo

me despedí de cuanto amado había

y me vine buscando otro trabajo

donde pudiera rehacer mi vida.

 

Sería yo un ingrato si dijera

que me han tratado mal en esta tierra

me dieron un trabajo y un salario

y una casa a pagar “cuando pudiera”.

 

Aquí logré criar a mi familia

y educarla como exigen los tiempos

y aunque no pueda presumir de rico

con esto estamos felices y contentos.

 

Que aquí encontré ventajas es lo cierto

pero yo sigo estando enamorado

de los campos y valles de mi tierra

de las fuentes, los pastos y el ganado.

 

Cautivo de recuerdos y añoranzas

todavía me siento desterrado

¡Este no es el cielo de Castilla!

¡Estos no son los campos que yo he amado!.

 

Firmado: Vicencio Eduardo Medina Diez

Campos de mi tierra

Campos de mi tierra

 

Tristes están los pueblos de Castilla

sus campos en desierto se han tornado,

no se oye de los niños el bullicio

las escuelas sus puertas han cerrado

 

En las que fueron florecientes villas

no se celebran ferias ni mercados,

en cada pueblo quedan cuatro ancianos,

los jóvenes ha tiempo que emigraron

 

Yo que fui alegre mozo castellano,

un labriego del campo enamorado,

contemplo con tristeza el abandono

de las huertas, las viñas y los prados.

 

Llevo grabado cuanto amé en la vida

aquellas cosas por las que he luchado:

mi familia, la casa de mis padres

amigos, pueblo, fincas y ganado.

 

Veo los pobres campos de mi tierra

convertidos en páramo baldío

cual si la ira de la diosa Ceres

les hubiera alcanzado y maldecido.

 

Lo que fue un mar de mieses y de viñas,

fértil vega con esmero labrada,

se ha convertido en mísera campiña,

triste estepa de todos olvidada.

 

Allí donde hubo una alameda umbría,

de huertos y frutales adornada,

cubierta de verdor y de frescura

por cristalino arroyo bien regada,

hoy sólo existe un erial marchito,

de todo aquel vergel no queda nada,

empobrecido y yermo sólo sirve

para pasto de ovejas y de cabras.

 

Las huertas que mi padre trabajara

con ilusión y esfuerzo generoso,

que admiración y envidia de las gentes

causaron con sus frutos abundosos,

están ahora del todo abandonadas

sin que nadie se ocupe de sus cercas,

sin que nadie las labre ni cultive

ni las limpie de abrojos y malezas.

 

Valle de Fresno, lejano y solitario

aquella hermosa finca bien cercada

el verde prado y la floresta amena

con que el frondoso valle se adornaba

en árido desierto convertido.

Ya no hay prado, ni sauces, ni zarzales

no anidan los pintados picatueros,

ni tórtolas ni urracas ni zorzales.

 

La finca que fue orgullo de mi padre

a la que tanto esfuerzo dedicara

a voluntad está de los ganados

sin cercas ni vallados ni alambradas.

 

Mucha pena me causa todo esto

aunque parece que a nadie importa nada,

más yo recuerdo de Salomón el juicio

y la sabia sentencia pronunciada.

 

Quiero como los bíblicos profetas

llorar las desventuras de mi tierra:

donde hubo vida, frutos, lozanía,

sólo queda el olvido y la tristeza.

Firmado: Vicencio Eduardo Medina Díez

A mis mayores

A mis mayores

A mis mayores

 

En la ribera del Cea

se alza la villa de Almanza

pueblo alegre y laborioso

donde hay una hermosa torre

que sobre un humilde cerro

orgullosa se levanta

 

Desde allí yo he contemplado

el extenso panorama

que forman pueblos y montes

y las tierras de labor

de la ribera de Almanza

 

Las pobres peladas cuestas,

donde pastan las ovejas,

las cárcavas escarpadas

que las torrenciales lluvias

labraron en las laderas;

las frondosas arboledas

que al cielo sus copas alzan

y escoltando a nuestro río

entre sotos y alamedas

se pierden en lontananza.

 

Pueblos de color de barro,

montes de color oscuro,

pobres tierras de labor

castigadas con rigor

por un clima hostil y duro.

 

Sol que calcina la tierra;

las tormentas, las sequías,

los vientos y las heladas

martirizan a estas tierras

que nuestros padres regaron

con sangre, sudor y lágrimas.

 

Sangre de heridas abiertas,

en el cuerpo y en el alma.

Jornadas de estrella a estrella

con el arado y la azada

que encallecieron sus manos

y encorvaron sus espaldas.

 

Explotación y desprecio

hacia el pobre campesino

que, ajeno a turbios manejos

de política y partidos, 

labró con tesón sus tierras

conforme con su destino.

 

Sudor de frentes rugosas,

manos callosas y honradas,

trabajo de cada día

de hombres que todo lo dieron

sin pedir a cambio nada.

 

Y de sus ojos cansados

brotaron amargas lágrimas

cuando el dolor y la muerte,

como quién cobra un tributo,

llamaron a nuestras casas.

 

Todo lo lograron solos

los labriegos de mi tierra,

nadie les ayudó en nada

administración y estado

sólo de ellos se acordaron

para cobrarles impuestos

contribuciones y pagos.

 

Murieron sin jubilarse

sin descanso trabajaron

de ayudas o subvenciones

retribuciones del paro

de vacaciones pagadas

de descansos semanales

de playas o veraneos

de excursiones o recreos

ni siquiera se enteraron.

 

Austeros, parcos y sobrios,

con poco se conformaron

un sitio en aquel escaño

siempre cerca de las brasas

que sus miembros calentaron

en días grises y fríos

de inviernos duros y largos.

 

Los humildes alimentos

de la cosecha lograda

que Dios concede en la vida

a quien transita este mundo

con la conciencia tranquila.

 

Así vivieron las gentes

de nuestra tierra de Almanza

siempre llenos de trabajos

y como buenos cristianos

siempre llenos de esperanza.

 

Esperanza en el buen Dios

que en todo gobierna y manda

El es quien manda la lluvia

que nuestras tierras refresca

los vientos de primavera

para que los trigos ciernan

sol que dora las espigas

y madura las cosechas

y manda las alegrías

y también manda las penas

Devoción a San Antonio

patrono de nuestro pueblo

el santo de los milagros

que bendice las cosechas

y cuida de los ganados

 

Por eso las buenas gentes

de nuestra villa de Almanza

en tentación o peligro

o en cualquier caso inaudito

exclaman con devoción

¡Ay San Antonio bendito!

 

Rogativas, procesiones

fiestas de Semana Santa

con pasos y con sermones

vía crucis, misereres

con tinieblas y matracas

 

Novenas a San Antonio

con la iglesia abarrotada

de gentes llenas de fé

que con fervor y esperanza

al santo patrón pidieron

por gracia para sus almas

y salud para sus cuerpos

 

En la fiesta del Patrono

misa solemne cantada

con sermón y procesión

cohetes atronadores

y volteo de campanas

 

¡Las campanas de mi pueblo!

sonoras donde las haya

¡Que bien se oyen sus volteos

en los ámbitos abiertos

de nuestra querida tierra

 

Recuerdos de una niñez

que aunque pobre, fue dichosa

de una juventud sin drogas

abnegada y laboriosa

todo se ha quedado atrás

lejano, casi perdido

con el paso de los años

que sin pausa va tejiendo

el velo de nuestro olvido

 

Pero nunca olvidaremos

a aquellos nuestros mayores

que para siempre descansan

en el sagrado recinto

del cementerio de Almanza.

 

 

 

Firmado:

Vicencio Eduardo  Medina Díez

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